Sentido: Que incluye o expresa un
sentimiento.
Común: Corriente,
recibido y admitido de todos o de la mayor parte.
Sentido común: ¿?
No se vende ni se compra. Se reclama a
gritos en una discusión familiar, en la vía pública, en un debate político, en
cualquier antro, al fin y al cabo. Quién enuncia reclama el peso de lo evidente
que no golpea a su interlocutor, enceguecido por quién sabe qué velo ideológico
que oscurece una realidad única e indiscutible cuya violencia falla en alertar
a unos pocos partidarios de lo inútil, lo improductivo, lo supuestamente
dañino. Y, para colmo, término compuesto, remata su significado con lo que
abunda, lo habitual, para ser utilizado como lo que debiera ser. Hablo ni más
ni menos que del sentido común, pero de una forma prepotente puesto que su
elevación a virtud pérdida esconde una serie de trampas a desterrar. He aquí
entonces el motivo de ésta entrada.
Abordemos
con menos virulencia el concepto. ¿Qué
implicaría, despojado de contenido, el poseer sentido común? La primera palabra hace referencia al mundo
sensacional (no, no es maravilloso, señora) al mundo de la sensación pero del sentimiento, es decir,
una forma en que percibimos lo
intelectual y afectivo. Al hablar en este plano suponemos una percepción casi natural, a flor de piel, que se cuela
en lo más profundo de nuestra psiquis determinando la forma en que realizaremos
este acto. ¿Qué forma tomará este
sentir? Común, básicamente. Dícese, la
compartida a un nivel popular, mayoritario, de largo alcance de ese sentir.
Hago aquí uno de mis extensos paréntesis para advertir al lector de la diferencia, al menos terminológica, entre común y normal. Mientras que la primera refiere a la repetición ya
habituada de lo que describe, el segundo logra elevar esa recurrencia a norma,
a algo que debe ser seguido, obedecido, acatado, adoptado, etc. La diferencia es abismal porque, opino yo
al menos, lo que se da con cierta
frecuencia no puede ser devenido en modelo solo por su asiduidad. Por lo
general, en este paso de común a norma (legal, cultural, etc.) suele haber algún juicio consensuado,
impuesto, inconscientemente convencionalizado que logra dar ese carácter
normativo. Esta distinción es fundamental puesto que, como ocurre sanamente
y no tanto, las modélicas definiciones
de diccionario son revestidas de matices plurisignificantes en su uso, dando cuenta de la complejidad del
fenómeno humano y de cómo el lenguaje es una herramienta sin la cual no
podríamos ordenar el confuso mundo pero que no nos antecede y tiene sus límites.
Perdonado mi
“filosofar fuera del tarro”, la
diferenciación de común y normal reviste importancia a los propósitos de
nuestra reflexión en la medida que este cruce de términos en su habla cotidiana
generaron que en realidad nos refiramos con la frase “sentido común” a lo que
sería un “sentido de la normalidad”. Poéticamente poco atractiva para los
parámetros modernos de mercadotecnia, este
sentido evidenciado de sus intereses remarca que quien lo detenta percibe ahora
una fuerza ordenadora de carácter más moral y reclamar por ésta supone la
carestía de esos parámetros de vida por parte del otro. Nos encontramos
entonces frente a una proclama más polémica, o al menos que merece algún
recaudo, porque nos hallamos en la situación de reclamar una imitación de
nuestra conducta o de alguna otra ejemplar con la certeza de que poseemos una
indiscutida solución.
Existe además una acepción menos controversial del
sentido común convertido en normal
que se asociado al pragmatismo. Esto no es otra cosa que la capacidad de dar solución a un problema.
A veces, en concordancia con la
definición del párrafo anterior, si acusamos a alguien de falto de este
sentido, más que reclamar la competencia en dar respuesta, requerimos LA
respuesta, por lo que caemos en lo auto-normalista. Éste es, pretender del otro
las mismas aptitudes que uno obviando las posibles diferencias que pueden
llevar o no al otro a tenerlas. Eso llevado a lo más cotidiano como
desconocer alguna receta culinaria o a lo político como no considerar
determinada etapa de la historia como oscura o victoriosa, no es otra cosa que
un intento de replicar en el otro la
propia lógica de pensamiento. No estoy diciendo con esto que uno no deba
hacerlo bajo ninguna circunstancia (¡enséñele la receta del pollo al horno con
papas a su marido, señora!) solo reclamo
el primer elemento que creo que uno debe tener presente antes de reclamar por
el sentido común: la paciencia.
Entonces, revisemos
nuevamente el concepto central. Alguna vez replique una frase cautivante
atribuida al torturador de estudiantes de semiótica Charles Sanders Peirce,
aquella que sentenciaba: “uno piensa
para luego no pensar”. El sentido común funciona de esa manera: un
repertorio de convenciones que nos ahorran algunos pensamientos. No es uno solo, sino varios y en definitiva
nos permiten actuar más ejecutivamente en momentos que por lo general lo
requiere. Estos sentidos comunes encuentran además replica en medios
masivos de comunicación, que retratan estereotipos, modelos, elementos por los
cuales se cree tener un consenso básico. He aquí el dilema, creemos hallarnos frente a verdades
unívocas cuando en realidad lo que nos aviene son acuerdos sostenidos por el
tiempo, la recurrencia y a veces hasta la persuasión. Lo que obtura el sentido común y es al fin y al cabo una de las
herramientas más poderosas, creo yo, para poseer la autoría de nuestro
bienestar. Estoy hablando de nuestra capacidad crítica, de establecer ese
recaudo frente a los miles de “no pensar” que nos ofrece la cotidianeidad.
Cerraré esta
reflexión entonces elevando lo que opino debiera ser central en nuestros
sentido común. Éste debe ser crítico, y
con esto digo evaluador, paciente, que repare en la ocurrencia, que entienda
que lo que uno no comparte con quien esta interactuando puede resultar una
diferencia mucho más profunda y rica que la postura que hasta el momento creía única.
Nunca aduzca inmediatamente que el otro
debe pensar como uno. No invito al cuestionamiento de las bases por las que
uno vive, sino a la reevaluación de ese recorrido, quizás hasta para afirmarlo.
El sentido común en efecto son sentidos
comunes, que se manejan por varios, y por eso términos harto repetidos como
frases hechas merecen una repregunta, el recordar que porque este en boca de
muchos no es ni necesariamente bueno para uno o cierto. Revisémoslos, notemos que seguro hay más de
uno que va en contra de nuestro estilo de vida, nuestro entorno, suficiente
prueba para tachar su indiscutible evidencia. La próxima vez que crea que algo
es digno de sentido común, tómese el tiempo y revise, siempre hay un porqué.